Los otros estadios no huelen igual. No saben igual. No me pertenecen. Y no les pertenezco.
El mío, el único estadio que extraño en el mundo, queda lejos. Lejos. Lejos…
Con mi padre y mi hermano ahí también crecí. Nos esmerábamos en terminar rápido los quehaceres hogareños para que mami no nos retuviera en nuestra escapada. “Que no se lleven a la niña” –reclamaba infructuosamente- porque la niña era la primera en apuntarse cuando mencionaban la palabra estadio.
Ahí, desde esas gradas, disfruté, sufrí, me sumé a los coros que gritaban al árbitro. Y aplaudí. Aplaudí como aplaudiría en un teatro. Salté. Salté como se suele saltar en conciertos. Me estremecí. Me estremecí como lo hacía en el cine.
Aún me estremezco de solo recordar el estadio. Mi estadio. El mío y no otro.
Definitivamente los otros no huelen igual. No saben igual. No me pertenecen. Y no les pertenezco.
Y el recuerdo y los ojos dicen esto es mío. Abzos y rosas.
el recuerdo no perdona…no sabe de distancias.
Pues aprópiatelo… así tendrás 2.
solo tengo uno. Ya sabes, creo en el “monoestadio”…
yo soy pluri 😉
[…] Ahora La Habana regresa solo en imágenes, en canciones. Solo eso tengo. Me queda lejos. Le quedo lejos. […]
[…] con su recuerdo a todas partes. Con su abrazo a todas partes. Con su voz a todas […]
[…] con su recuerdo a todas partes. Con su abrazo a todas partes. Con su voz a todas […]
[…] aunque hayamos dejado la piel en muchos lugares. Aunque las nostalgias nos juegan la mala pasada de hacernos llover por dentro. Estamos porque –como decía Chavela […]
[…] Yo soy la gran ausencia, la silla deshabitada en la mesa familiar, la voz que falta en las conversaciones, el agujero de la casa. […]